30 noviembre 2006

Toni Mas: pintor de escenarios

Antoni Mas. Obres 1983-2006 - Casal Solleric

Siendo Mallorca una isla donde abundan los artistas, donde éstos cuentan con una atención notable en los medios de comunicación y con una cantidad, una variedad y una calidad muy considerables de salas de exposición, certámenes y otros espacios para dar a conocer su obra, llama la atención el hecho de que Antoni Mas Roig (Campos, 1953) sea uno de los pintores menos públicos de la isla, pese a ser también autor de una de las obras más personales y consolidadas.

Mas, formado en Artes y Oficios de Palma y en la Escuela de Sant Jordi de Barcelona, aprovechó el magisterio de Tomàs Horrach. En una primera fase de su pintura, los ambientes (casas abandonadas, habitaciones en medio de una mudanza), los elementos simbólicos, algún esbozo de acidez y una sugerencia existencial o moral casi siempre presente hacen que no podamos hablar de estricto realismo y sí de un suave ingrediente romántico-simbolista. Tras una etapa de búsqueda de la abstracción, Mas se decanta definitivamente por el realismo. La inflexión fue propiciada a mediados de los noventa por una visita cursada a Pelaires por Pino Purificato, responsable de la Galleria L’Indicatore de Roma que, al conocer la obra de Mas, se interesó por sus interiores.

Los temas que destacan en su producción son básicamente tres: los interiores (con sus connotaciones de ausencia, de paso del tiempo, de la Mallorca que se pierde o se ha perdido); el realismo de figura con un cierto desencanto o angustia (la figura se muestra de espaldas, o bien no aparece su cabeza, o su actitud es de desfallecimiento); y el paisaje marino, una línea que será esencial para comprender el sentido de la obra de Antoni Mas: un paisaje crepuscular, de mortecinas luces naturales, que transmite la tristeza o la incertidumbre que nos pueden acometer al concluir una jornada más. Se delinea así lo que, hasta hoy y en sus diferentes manifestaciones, van a ser sus escenarios: espacios pulquérrima, racionalmente ejecutados a los que, sin embargo, no podemos asistir sin conmovernos de una forma que se relaciona menos con el goce directo de la belleza que con la reflexión detenida. En ellos se ha desarrollado en algún momento la acción dramática de unos personajes desconocidos en torno a los que, por tanto, nos creamos una interrogación neta sobre el pasado o unas expectativas de futuro, que no tienen que ver tanto con la representación directa y racional sino con lo que la emoción o la moralidad puedan aportarle.



Tema frecuente en los últimos años va a ser el bodegón, más o menos clásico, en el que, no obstante, se integran elementos inquietantes que no pertenecen por derecho propio al mundo estático –también desde el punto de vista semántico– de la naturaleza muerta, sino que remiten, como todo en la obra de Mas, a algo que está fuera del cuadro: o antes o después o en otro lugar, pero no presente. Frutas, macetas vacías o lienzos reposan delante de unos fondos indefinidos que garantizan que tras la imagen encontraremos un concepto previo, traducido para el espectador en motivos del mundo racional. Estos bodegones tienden cada vez más a la categoría de icono, por hallarse aislados de otro contexto o referente real, presentados sobre un plinto entelado y con fondos indefinidos que hacen que la imagen valga por sí sola y, sin embargo, nos indique mucho más con lo que no nos dice que con lo que sí aparece en el cuadro. Permanecen igualmente vigentes en los últimos años los espacios interiores, esos teatros donde algo ha sucedido y puede seguir sucediendo o no, con las consiguientes connotaciones ya señaladas de ausencia y angustia. Los interiores de esta época, sin embargo, se caracterizan por una progresiva fragmentación de lo que antes eran preferentemente espacios amplios y la limitación del encuadre al detalle.

Y cuando pasa a los exteriores (desde su exposición de Pelaires de 1988 estaba muy claro que ambos temas eran del gusto del autor, y no precisamente antitéticos, sino todo lo contrario), continúa plasmando escenarios de desvalimiento y de preocupación por un futuro que se nos asoma en horizontes teñidos de dramatismo. El concepto del cuadro como escenario crepuscular, con sus connotaciones de sospechado protagonismo humano y de dramatismo contenido, aparece con claridad asociado a la preocupación existencial o ética por el futuro. El efecto de túnel espacial, con fondos amplios e ilimitados tras un objeto próximo y teñido de sentimiento o simbolismo, se repetirá en todos los cuadros de esta temática. El autor habla de abstracción en sentido lato para referirse a estos cuadros, en que el paisaje no es descriptivo, sino que evoca unas preocupaciones que son las del artista. Sin duda sigue existiendo un grado simbolista en la obra de Mas.

Quiero cerrar este recorrido con una alusión a las más recientes marinas de Antoni Mas. Tal y como sucedió con los interiores, que han ido evolucionando desde lo panorámico hacia el rincón, el detalle o el bodegón más iconizado, los paisajes marinos han ido relativizando su punto de vista en una gradación que, a mi juicio, enriquece aún más la pintura de un pintor ya maduro y grande. En Absència (2005) encontramos la primera etapa de este proceso, por medio de la colocación de unas sillas vacías, de espaldas al espectador y de cara a un mar tan inabarcable como siempre, a un horizonte óptico muy elevado a fin de objetivar la mirada sobre las sillas y su función sobre el mar. Mas nos sitúa de nuevo, y cada vez de forma más explícita, ante un escenario vacío en el que todo está dispuesto para que alguien actúe –en concreto, para que alguien mire– pero no hay nadie que lo haga. Nos sitúa el pintor ante la no mirada; ante la no conciencia. Tal vez intenta decirnos que pronto no dispondremos de paisajes como el que recogen sus pinceles; tal vez, desde un punto de vista menos ético que existencial, asistimos al final de algo que queda irresuelto y, por tanto, tiene una capacidad mayor para inquietarnos. Amb l'Art. Última Hora.

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