31 mayo 2006

El constructivismo como sacerdocio

Alceu Ribeiro. Retrospectiva - Casal Solleric

En tanto que corriente artística de vanguardia, el universalismo constructivo mantuvo evidentes lazos con el creacionismo huidobriano y, a mi juicio, supuso un perfeccionamiento del cubismo en lo que se refiere a la capacidad de transmitir la idea de estructura, de obra autónoma y desvinculada de la realidad referencial. En su célebre taller de Montevideo, un Joaquín Torres-García ya anciano pero en una intensa fase creadora y docente transmitió en la década de los cuarenta todo lo aprendido durante su estancia en Europa, su técnica y su doctrina a un grupo selecto de discípulos, de entre los que destacó y destaca Alceu Ribeiro (Artigas, 1919), mallorquín desde 1974 y protagonista hoy de una espléndida muestra.



Como su maestro, Ribeiro se mantiene activísimo a una edad muy avanzada y firma cuadros en los que vibra la misma energía que lo empujaba a pintar cuando llegó con su hermano Edgardo a la capital uruguaya. Dejando aparte las obras que él califica de naturalistas, la línea constructivista seguida por el artiguense le ha valido ante la crítica la comparación con Walter Deliotti y, naturalmente, con el mismo Torres-García. Cabe señalar que el constructivismo es para sus seguidores, más que un estilo, un sacerdocio: a Ribeiro no le ha interesado tanto labrarse una originalidad propia como difundir –con su obra y a través de su actividad docente– el ideario constructivista en el que valores éticos universales van inseparablemente asociados a los estéticos. Pero la sinceridad, mejor que la originalidad, afluye a las manos del genio bajo especie de una poderosa personalidad. La paleta y cierto tratamiento de los contornos, por ejemplo, hacen inconfundible la obra de Ribeiro entre las de sus otros colegas. Otros rasgos son compartidos: la anulación de la perspectiva, el sacrificio de la forma al ritmo de la estructura, el empleo de signos, la disposición ortogonal de los elementos... Algunos temas permiten exprimir al máximo la técnica constructivista: los espacios portuarios, en particular, como ámbitos de enorme profundidad y de cruce de perpendiculares en que la quilla de un carguero en movimiento supone una aprovechable ruptura de líneas. El ejercicio de someter todo este conjunto a un plano de frontalidad resulta extraordinariamente sugestivo. Última Hora.

24 mayo 2006

La fuerza de lo no dicho

Miquela Nicolau - Galería Mar Gaita

Mar Gaita se ha ido abriendo un espacio propio en el panorama artístico palmesano a través de una defensa del figurativismo que, afortunadamente a diferencia de otros establecimientos, no confunde la actividad del galerista con la venta de decoración. Hoy por hoy es una apuesta arriesgada pero necesaria. En esta ocasión presenta la obra de una pintora de la tierra, Miquela Nicolau (Campos, 1942), que se caracteriza por la alternancia entre las composiciones más abstractas y motivos figurativos clásicos, una paleta enormemente cálida, una gran contención en el lenguaje y un empleo moderado –soberbio– de la técnica del collage y el óleo sobre la madera. El recorrido de Nicolau a lo largo de los veinte años que lleva mostrando su producción artística al público incluye exposiciones y ferias en las Baleares, la Península y Europa.

Me llama la atención por su sutileza uno de los bodegones de la artista, Estiu, que ya se expuso años atrás en la muestra Sensacions (Inca, 2003). En él se sitúan de forma aparentemente inconexa apetitosas tajadas de fruta de temporada. El fondo, a medio camino entre lo abstracto y una suave sugerencia expresionista, integra de forma discreta el collage y dispone los colores a fin de que predomine la impresión de espacio sobre los elementos compositivos. La composición es, pues, tenue, y la luz exagerada, si nos atenemos a la tradición más clásica de la naturaleza muerta. Y, sin embargo, el conjunto tiene un atractivo innegable que tal vez radique en los interrogantes que deja abiertos. Las frutas preparadas para su consumo, sin que nada más nos permita entrever el contexto en que se encuentran sino sólo los colores del verano y el atisbo de un ave multicolor: la evidencia de que en esta escena estival nos faltan datos. No hay comensales, no hay tablero, vajilla ni cubertería. Sólo los colores intensos de la fruta (el melón, la sandía, la papaya) y todo su poder de evocación.

Entre otros asuntos, incluye también la muestra bodegones más canónicos, como el hermoso Taula de festa, y piezas en las que los elementos de la naturaleza muerta integran con buen éxito la composición, como Univers femení. Última Hora.

17 mayo 2006

La duda como premisa

Giordano Vaquero Campo. Ausencia - Centre Cultural La Misericòrdia

Ya me habían hablado de Giordano Vaquero Campo (Alcázar de San Juan, 1950). Ya me habían dicho, y estos días he podido comprobar que es cierto, que de arte sabe todo lo que se puede saber y aún más. Lo cual sorprende más cuando él confiesa que donde más a gusto se encuentra es en su taller de Alcázar de San Juan y que apenas sale. Su apego al hogar no le ha impedido acumular un caudal de conocimientos sobre todas las disciplinas del arte contemporáneo que está muy lejos de la palabrería al uso y lo sitúa en una esfera cosmopolita, universal. Y esto se refleja en su obra. Por otro lado, la cordialidad y la sinceridad de su trato han hecho que en su compañía me sienta como en la de un viejo amigo.

En los cuadros de Giordano Vaquero asistimos a una superposición de planos de un gran rendimiento comunicador. Nuestra percepción de la realidad es siempre fragmentaria, y la forma en que Vaquero interpreta esa imposibilidad del conocimiento perfecto se asemeja menos a la yuxtaposición del puzzle que a la superposición de planos que caracteriza a la fotografía, o que podría darse en una sucesión de ventanas de diferentes brillos y opacidades. En ese sentido, el sabio empleo del collage –siempre justo, mesurado– es solamente un elemento más en esa política de sacrificar la homogeneidad en aras del conjunto. La misma función tienen la alternancia de manchas y trazos, el trabajo metódico de las texturas, un color discordante o un material diferente que rompen la uniformidad, una tímida sugerencia orgánica en un paisaje mineral, la abstracta presencia de rayaduras, adiciones en volumen, salpicaduras, arrugas, textos... Como los de la realidad, los elementos que integran la obra de Giordano son variados, complejos y a veces antitéticos; los resultados son, paradójicamente, de una armonía nueva, como corresponde al verdadero creador. Como ha señalado José Corredor-Matheos en el prólogo del hermoso poemario de Teresa Martín Taffarel que ilustra Giordano, Lecciones de ausencia, “el tiempo parece haber dejado su huella en estas pinturas”; a veces, me atrevo a añadir, por matizar de simultaneidad y, por tanto, de verdad, ese conjunto de planos que con tanta eficacia se superponen; otras, porque el mismo tiempo pasa misteriosamente a formar parte del código abstracto y las texturas sugieren los orines del uso, la huella de la mano del hombre sobre los materiales, el prestigio melancólico de la arqueología, incluso la calidad fósil y esencial de los hallazgos paleontológicos.

La técnica no podía ser más apropiada, porque el lenguaje de Giordano Vaquero no busca soluciones, sino que presenta atisbos, sugiere intensidades: manifiesta dudas. Me comentaba estos días el pintor que, cuando visita una ciudad, le interesan más los misterios que ésta le presenta que su belleza en sí. En particular, me comentaba su llegada al Temple: el arco que guarda el paso al recinto, el pasaje, el huerto prometedor de signos centenarios le resultaban tan sugerentes que apenas le quedaba interés por visitar la iglesia cerrada. Es evidente que se trata de una cuestión de carácter: en sus cuadros cuestiona una realidad que dista mucho de ser soluble o explicable. Los títulos de sus series tienen que ver con el misterio, con el no, con la ausencia: afirmar a través de la pregunta o de la negación no es sólo un rasgo del carácter de los gallegos, como afirma el tópico; es una actitud sabia que emparienta el discurso de Giordano con el de los filósofos.

En el caso de la serie Ausencia, la compenetración entre los cuadros de Giordano y los poemas de Teresa Martín Taffarel resulta evidente, puesto que comparten el lenguaje de la duda y el silencio; pero la esclarece todavía más toda una historia de complicidades, intercambios y trabajo compartido que Giordano me desveló la otra tarde ante un café. Pero nadie crea que se trata de arte de circunstancias. La serie sobre papel se inserta perfectamente en esa necesidad estética y vital que comentaba líneas arriba y que le es consustancial al trabajo del artista: la de bucear en los abismos insondables de la realidad, la de tirar de los hilos más enmarañados, la de delimitar lo poco que alcanzamos a conocer de las cosas merced a lo mucho que desconocemos; la negación, la paradoja, la ausencia. En este discurso tan enormemente fructífero que es el de la carencia –y, por tanto, de la indagación permanente–, se inserta con feliz éxito la obra de Giordano Vaquero Campo. Amb l'Art. Última Hora.

03 mayo 2006

El sentido y los sentidos

Tudanca. Perú... Perú... Perú... - Fran Reus
En lo que ya empieza a parecer especialización, la Fran Reus vuelve a ofrecer al público el trabajo de un pintor nómada: José Luis González (Tudanca, Cantabria, 1944), que a las acuarelas obtenidas sobre el terreno de un Perú viajado y admirado añade una serie de óleos titulada Marazulcito, fruto del recuerdo y de la faena de taller. No son pocas las similitudes gestuales entre Tudanca y José Aranda, que recientemente expuso su obra israelí en la misma sala.
Tudanca ha basculado entre la figuración y la abstracción. En los acrílicos de la serie Del norte, expuesta en 2001 en Sa Quartera de Inca, y ya desde los noventa, el artista basaba su potente lenguaje en la intensidad de los colores. Gabriel Amer señalaba por entonces, acertadamente, la influencia de cierto Rothko y de los expresionistas abstractos. En su figuración también podemos hablar de un expresionismo dulcificado; no cabe duda de que está empapada de subjetividad y de afán de comunicar y, en consonancia con su actitud vital, refleja un universo positivo, en el que reina una luz matinal y vitalista. Aprovecha entonces, de forma muy personal, la virtud de la acuarela de potenciar los efectos de luz. Lo representado suele mostrar contornos indefinidos: no importa la definición de los objetos, sino la recreación de ideas de conjunto y la luminosidad de la atmósfera. Así sucedía con la serie El olor de las higueras, que mostró en la Bennàssar de Pollença en 2002. Tudanca administra sabiamente los distintos grados que pueden darse entre la figuración y la abstracción, sin que esto suponga incoherencia, porque el elemento básico lo constituye la atmósfera a través del color y, a estos efectos, la mayor o menor adecuación de la obra a unos referentes reales es irrelevante.
Y en esta ocasión presenta una serie de apuntes de viaje a la acuarela, de un contenido claramente figurativo al servicio de sensaciones personales, en los que sorprende la vivacidad de los tonos empleados y el optimismo que éstos transmiten. Los óleos incluidos en la exposición, en cambio, retoman la abstracción como vía paralela de introspección basada en la memoria. Todo un halago para los sentidos. Última Hora.

Cerro de San Cristóbal, Lima (2005)