12 octubre 2001

Un motivo de orgullo

I Simposio Internacioal de Escultura de Puerto del Rosario

La celebración en Puerto del Rosario del I Simposio Internacional de Escultura es un éxito del que los majoreros no pueden sino felicitarse. Un encuentro de tal magnitud tiene lugar muy pocas veces, en muy pocos lugares y, desde luego, nunca había sucedido en Fuerteventura, ni en Canarias, ni quizá en España. Albert Agulló, en los comienzos del encuentro, afirmó que sólo hace unos cuarenta años recordaba algo parecido en Barcelona, en el ámbito de la pintura. Motivo de gran orgullo ha de ser, por tanto, para quien organiza: la concejalía de Cultura del Ayuntamiento de la capital; para quien apoya de forma aparentemente firme y, desde luego, insustituible: la consejería de Cultura del Cabildo Insular; y para quienes nos beneficiamos de la presencia en nuestra ciudad de un puñado de grandes artistas y podemos admirar su trabajo en vivo: los ciudadanos.

Es encomiable, por otra parte, que ambas instituciones se hayan propuesto incluir en sus respectivos presupuestos partidas suficientes para que un acontecimiento de semejantes características se afiance y adquiera periodicidad anual. La influencia de artistas de prestigio internacional y las enseñanzas que se pueden derivar de las mesas redondas que se celebran en el marco del Simposio pueden ser, con el paso de los años, un factor esencial para el crecimiento cultural y profesional de los majoreros y, dependiendo de la proyección que se le dé al evento, de los canarios en general.

La previsión presupuestaria puede ser también un elemento de estabilidad que elimine los defectos de que este primer Simposio ha adolecido. Nos referimos fundamentalmente a la aparente escasez de medios y al incumplimiento de plazos y horarios, remediados con grandes dosis de una improvisación que, si en lo personal puede ser elogiable, en lo institucional ha de ser evitada. Nos referimos también a algunas carencias que no por accesorias dejan de empobrecer el encuentro: pese a que la organización ha hablado de la edición de un programa, llega casi el final del simposio y el programa sigue sin existir, por lo que las mesas redondas se anuncian públicamente en la prensa o mediante el boca a boca. Igualmente se ha echado muy de menos la presencia de un traductor-intérprete de inglés que, dada la diversa procedencia de los participantes, era necesario, máxime cuando se celebran mesas redondas exclusivamente en español. O un simposio es “internacional” o no lo es; a medias no vamos a ningún lado.

La crítica es necesaria para que los proyectos progresen, y con este ánimo la aportamos, codo con codo con nuestra efusiva enhorabuena por lo que sin duda es un hito en la historia de la cultura institucional majorera. Hay que destacar el buen ambiente que ha existido entre los artistas invitados y los elogios unánimes que éstos han dedicado al buen trato recibido, al hermoso emplazamiento de su lugar de trabajo y al proyecto en sí. Injusto sería no recordar aquí la labor de organización de Leo García Enguita, alma del Simposio por sus indispensables tentáculos en el mundo del arte; la colaboración y la simpatía de Alberto Bañuelos-Fournier; la actividad incansable y el buen humor de Manolo Paz; la sensibilidad de Johannes Hillebrand; la serenidad de Paco Curbelo; la sobriedad de Varda Ghivoly e Ilan Gelber; el pundonor y la ironía de Nicolae Fleissig; y la nórdica alegría de Matti Nurminen. Sin su calidad humana nada de esto hubiera sido tan agradable. Canarias 7 Fuerteventura.

02 octubre 2001

El arte canario del siglo XX

Canarias siglo XX. Instrumentos para el análisis del arte de un siglo - Centro de Arte La Regenta (Las Palmas de Gran Canaria)

Las exposiciones son un estupendo pretexto para editar libros espléndidos que, bajo la especie del catálogo, acceden a medios editoriales que, sin exposición de por medio, les estarían vetados. Una exposición es, por tanto, importante por su propio contenido; pero también, en una gran medida, por el catálogo que deja tras sí, que prolonga en el tiempo su aportación y que, a veces, se convierte en una joya bibliográfica o en un manual insustituible.

El caso de Canarias siglo XX. Instrumentos para el análisis del arte de un siglo es muy significativo a ese respecto. La exposición, que ha recorrido y recorrerá las distintas islas del archipiélago entre junio de 2001 y marzo de 2002 y de la que es comisario Orlando Britto Jinorio, es una iniciativa del Gobierno de Canarias respaldada por los cabildos de Fuerteventura, Lanzarote, El Hierro, La Palma y La Gomera; desde el pasado día 20 habita el Centro de Arte La Regenta de Las Palmas. Básicamente no enseña obras de arte, sino una sucesión de paneles didácticos con abundante texto (a cargo de Fernando Betancor y del mismo Britto) y numerosas ilustraciones, así como diversas opciones multimedia y una “exposición dentro de la exposición” que incluye obras de Néstor de la Torre, José Arturo Martín y Javier Sicilia, Plácido Feitas, Adrián Alemán, Manolo Millares y Francis Naranjo. Seria y amena, la muestra hace un recorrido completo y estructurado por el arte canario contemporáneo que, no obstante, abruma un poco al espectador: es realmente difícil leer tantísima información en un contexto como el de una exposición.

Da la sensación de que Britto Jinorio, veterano ya en el comisariado de exposiciones, piensa más en el catálogo que en la muestra en sí cuando concibe sus proyectos, lo cual demuestra, por otro lado, una encomiable visión a largo plazo. Para Canarias siglo XX, el Gobierno de Canarias editó una guía didáctica que reproduce los paneles didácticos, y un magnífico catálogo de 264 páginas que también incluye la guía, ambos producidos y diseñados primorosamente por Ediciones del Umbral. El catálogo, que ofrece al lector una buena serie de estudios complementarios a la exposición, es ya una referencia indispensable en cualquier bibliografía del arte canario.

Ángel Mollá abre la serie con una irónica reflexión sobre “(En)señas de identidad”, en la que propone como obligación de todos el examen de los iconos y las figuras del lenguaje que presiden el arte, los libros, la cultura oficial y la de la calle, los medios de comunicación y los numerosos lugares comunes de la identidad canaria. Abundando en la relación entre palabra e imagen, Marianela Navarro Santos titula “Destellos y naufragios insulares” un estudio sobre los encuentros que en el siglo pasado se dieron entre los poetas, críticos, ensayistas y artistas plásticos de la modernidad canaria.

Carlos Díaz-Bertrana dedica a Eduardo Westerdahl el artículo “El siglo XX: la entrada del arte canario en la historia”, en el que da un rápido repaso al arte y a los artistas de la centuria. Ángeles Alemán titula “Las coordenadas de la modernidad” una revisión de la crítica de arte en Canarias. Mª Carmen Rodríguez Quintana, en “Etcéteras y además”, hace un recorrido cronológico por la modernidad, la vanguardia y sus diversas tendencias y la posmodernidad, “pero, en este caso, a través del prisma de aquellas figuras que quizás han pasado inadvertidas o han sido desatendidas”. Mariano de Santa Ana aporta “Una historia de los espacios expositivos canarios”, una densa revisión y valoración de los museos, galerías y salas de exposiciones que han funcionado en las islas. Y Sergio Domínguez Jaén recoge en el documentado artículo “Un siglo de revistas de arte en Canarias” la labor de publicaciones como Gente Nueva, Castalia, Hespérides, Cartones, Índice, Liminar, Syntaxis, Fetasa, La Página, Atlántica o el suplemento cultural de Canarias 7, Pleamar. Además, el catálogo incluye el apartado “Territorios de confluencias” (la “exposición dentro de la exposición”) y una “Bibliografía básica para el arte del siglo XX” de Fernando Betancor.

Un manojo de sabrosos ingredientes se guisa en Canarias siglo XX: la obra de grandes figuras como Néstor de la Torre, José Aguiar, Nicolás Massieu, Felo Monzón, Plácido Fleitas, César Manrique, Martín Chirino o Pepe Dámaso; el análisis de las distintas vertientes del fenómeno artístico (los creadores, la crítica, los museos, las galerías, las revistas especializadas) por buenos ensayistas; el excelente diseño gráfico de Javier Caballero y Edmundo Aragón, la enorme calidad material de la edición y la coordinación del experimentado Britto. Entre todos ofrecen al aficionado al arte canario, e incluso al estudioso, una visión global de lo que aportó la plástica en el siglo que acabó a eso que tanto hemos llamado, con o sin fortuna, identidad canaria. Canarias 7.

19 julio 2001

La sal de la tierra

Klaus Berends. Ustedes son la sal de la tierra - Hotel Tofio (Tarajalejo)

Lo que un día fue la planta desaladora del Hotel Tofio de Tarajalejo es hoy un espacio para la cultura, por obra de un viejo conocido del arte plástico en Fuerteventura, Klaus Berends (Papenburg, Baja Sajonia, 1958). Radicado desde hace casi quince años en aquel pueblecito de la costa de Tuineje, el alemán ha desplegado su ingenio en sucesivas instalaciones artísticas: Canoa (Las Palmas y Puerto del Rosario, 1993; Rendsburg, 1993; Papenburg, 1994), Renewal Parts. S.S. America (Santa Cruz de Tenerife, 1996; Bremerhaven, 1998; Puerto del Rosario, 1999) y, ahora, Ustedes son la sal de la tierra. Todas ellas se caracterizan por la presencia del mar y la embarcación y por el aprovechamiento de objetos arruinados y material reciclado.

El actual proyecto de Berends, que fue presentado el pasado viernes 13 y se mantendrá abierto durante tres meses, ha sido cofinanciado por distintas entidades públicas y privadas, entre ellas Gobierno de Canarias, Cabildo de Fuerteventura, Ayuntamiento de Tuineje, Colegio de Arquitectos, Aena y Club Hotel Tofio (propietario del local). Para la ocasión, el autor y el Cabildo han editado un espléndido catálogo trilingüe que muestra, con fotografía de Volker Peick y textos de Jonathan Allen y Hans-Jürgen Heinrichs, en qué consiste la instalación.

Ustedes son la sal de la tierra es un montaje con altas dosis de esteticismo y que pretende ser también ético. Su simbolismo, explicado por Allen en su ensayo introductorio, nos pareció un tanto inaprehensible sobre el terreno. La relación entre la presencia de las pateras y la sal evangélica derramada por el suelo se nos antojó por un momento, tal vez, traída por los pelos. Y la proyección de un haz de luz sobre un lienzo a través del tanque desalador, apenas sin espacio para percibir su sentido, nos dejó insatisfechos. La posición física del público asistente a la presentación no era la más adecuada.

Al menos desde los ángulos en que la presentación se produjo, el visitante de la planta desaladora encuentra imposible apreciar las intenciones del autor. En las magníficas fotografías de Volker Peick que ilustran el catálogo, no obstante, los filtros, la iluminación y, sobre todo, el juego de perspectivas transforma lo que parecía deslavada suma de elementos en un conjunto dotado de significado. O de significados. La relación entre el milagro químico del agua y la sal numerosa, el dominio de la naturaleza, la victoria sobre la miseria, los ciclos de la historia, la inmigración ilegal y la cita del Evangelio de Mateo (recordemos también a César Vallejo y sus mendigos, “refrendando así, con mano gótica, rogante, / los pies de los Apóstoles”) se revela de forma bastante referencial en el paisaje que refleja una de las fotografías del catálogo, en la que la patera parece remontar un mar de olas de sal a la luz del disco lunar. Pero hace falta esa precisa perspectiva para degustar la imagen: la posición adecuada es sobre la superficie del mar de sal, y no fuera del mar de sal. Sólo desde el interior del montaje es posible el montaje.

Lo que en la presentación nos pareció espacio vacío, agrupación de elementos desprovista de un significado común, en las imágenes de Peick resulta objeto orgánico, bastante lejano de la vanguardia pero también de un clasicismo fácil. En cierta instantánea que recoge en tonos verdeazulados el fondo de la sala, las distintas alturas del techo, la presencia central de la columna y la luz lateral transforman ese espacio aparentemente informe en un hermoso juego de matices en que el volumen queda abolido fuera del mar de sal. El fondo desconchado y con pegotes de cemento, pintura o humedad significa sencillamente, en su aparente inmovilidad, el paso incansable del tiempo; y el ojo del autor de la instalación nos ayuda a descubrir cómo ese mismo tiempo reduce lo que un día fue útil a objeto de cuya contemplación podemos disfrutar, sin estridencias, de forma abstracta. Los montones de sal, que Berends asoció en la presentación a las dunas del paisaje majorero (quizá una concesión a las autoridades presentes), componen un mar pleno de vida pero detenido, sobre el que es necesario actuar -proyectar luces y sus correspondientes sombras- para que el hombre pueda reconocer en él el reflejo de su propia trayectoria vital y los indicios de la redención posible.

No hay gran densidad de contenidos éticos en el montaje, pero los que están fraguan, sin duda, en el soporte fotográfico. La colección de imágenes de Peick sobre el montaje de Berends constituye el mejor éxito del proyecto. Nos gustaría verlas expuestas, en ese espacio o en otro, y nos gustaría también que la continuidad que ha faltado en otros locales tras sus respectivas inauguraciones se verifique aquí. Tarajalejo es un pequeño refugio de creadores y podría convertirse, si no lo es ya, en la meca artística del municipio de Tuineje. La utilidad de la vieja desaladora, un edificio bello en su parquedad, no debería agotarse en el proyecto aislado de una persona con inquietudes. Canarias 7 Fuerteventura.

12 julio 2001

Paisajes personales

Paisajes personales - Casa de la Cultura de Puerto del Rosario

Hasta el 20 de junio exponen su obra en la sala de exposiciones de la Casa de la Cultura de Puerto del Rosario dos jóvenes pintores residentes en Corralejo: Luis de Dios (1969) y Luis Ruiz (1973). Son de formación autodidacta; si el primero declara provenir del campo del tebeo, el graffiti y la ilustración, el segundo es muralista y decorador de espacios festivos. Los dos han trabajado y trabajan para empresas relacionadas con el mundo del surf. Quienes, salidos de ese mundo bronceado y salitroso, se llaman artistas suelen tener un concepto del arte un tanto indefinido, a medio camino entre la actividad física que caracteriza a los deportistas del mar y la esterilidad intelectual (que, todo hay que decirlo si hemos de ser maledicentes, también suele caracterizarlos). Lo plástico entendido como desahogo, como un excitante más de los sentidos: amanerado, chillón, falsamente surrealista, dinámico, no muy riguroso.

Luis de Dios y Luis Ruiz son dos estupendos dibujantes. Para que puedan ser considerados dos artistas faltan aún algunos pasos, y fundamentalmente falta que ellos mismos se convenzan de ello. El arte se diferencia de la decoración y de la moda en que éstas son triviales, sólo aspiran a que el entorno sea más agradable. Por el contrario, el arte no se agota en las primeras sensaciones; excita el intelecto y, a través de algún mecanismo indefinible que lo demuestra emparentado con el ritual mágico, excita el sentimiento de una forma nueva, no trivial, enriquecedora. Quien admira una obra de arte se renueva, desautomatiza su percepción, es otra persona distinta a la que era antes de contemplarla. El arte enseña por caminos que no son didácticos, emociona sin sensiblerías, asombra sin recurrir a fáciles expedientes tremendistas. No basta con dominar la técnica hasta cierto punto. Académico o no, es necesario un bagaje interior que, siento decirlo, no se adquiere en la cresta de la ola.

Es significativo que Luis de Dios se refiera en sus obras a Tamara de Lempicka y a Salvador Dalí: si la primera fue la reina del art decó y de la era del jazz, el catalán se promocionó como gran épateur, como gran artista con pose de gran artista. Ni lo uno ni lo otro (pese a los grandes méritos de ambos pintores) responden a la esencia del arte, sino a lo que podríamos llamar sociología del arte. El artista se hace en el interior: en el interior de su estudio y en su propio interior. Todo lo que responde a modas, tribus y producción de consumo no es arte. Puede ser otra cosa, y puede ser incluso valioso, pero no es arte.

De Dios y Ruiz han logrado una muestra con una alta dosis de coherencia. Paisajes personales no tiene gran densidad, pero sí es demostración de un trabajo concebido, emprendido y sostenido con intención y durante un período de tiempo suficiente. En Ruiz destaca el trazo ágil de sus acuarelas y serigrafías, entre las que destaca la muy hermosa serie “Embarazada”, de ecos willendorfianos. Los colores vivos y la expresión descarnada adscriben algunas de sus obras a un expresionismo fácil, muy relacionado con el mundo del tebeo, que remite en ocasiones a los dibujantes de El Víbora o Metal Hurlant.

También De Dios toca el tema de la gestación; es el caso de “Madre”, que incluye toda una oración en ese sentido. El joven pintor concede notable importancia a la inclusión de textos en su obra plástica, lo que se explica en parte por su procedencia profesional. En general, sus estudios anatómicos destilan una sensualidad cierta y palpable, muy evidente en “Pantera”. Resaltar la musculación y los pliegues de la carne por medio de una luz irreal, flexible y morosa consigue dotar a sus figuras de una carnalidad muy sujeta a la tierra: De Dios pinta carne llamada al polvo. Ambos pintores efectúan en Paisajes personales, entre otras cosas, un homenaje a la anatomía humana. Hay que invitarles a que no desfallezcan. Canarias 7 Fuerteventura.

31 mayo 2001

La honesta tortuga del equilibrio

Andrea Castagna. Kalima - Casa de Cultura de Puerto del Rosario

Andrea Castagna es de buena pasta. Pinta, investiga, experimenta y no tiene prisa por aparentar maestría. “Estoy aprendiendo” son palabras que siempre tiene en la boca. En su serie Kalima, que está siendo expuesta en la municipal Casa de la Cultura de Puerto del Rosario hasta el día 1 de junio, ofrece una fase de ese aprendizaje. La conciencia de que uno sigue aprendiendo es lo que le permite seguir haciéndolo; qué lejos esta actitud de otras que todos conocemos. Y qué lejos Andrea del estéril convencionalismo.

En Kalima coexisten dos series diferenciadas. La primera consta de un puñado de obras sobre seda, muy en la línea de la anterior exposición de la artista en el Aeropuerto de El Matorral, Un sol, diferentes lunas y en las que con destreza acabada e imaginación imparable Castagna repasa una realidad asentada sobre el delicado onirismo de sus hermosísimas formas, vagas y esbeltas, y una cierta crítica social. En una segunda serie, más numerosa, la pintora porteña adopta el lienzo y abunda en lo fantástico, que en Andrea se desborda a la menor ocasión. El conjunto pone de manifiesto un dominio cabal y muy personal de la técnica sobre seda; y el carácter tentativo de la obra más reciente, en la que las líneas encuentran con alguna dificultad su lugar y los colores se agarran desesperadamente, como con miedo aún de que su sociedad con el lienzo no cuaje.

En Sincronismo I y Sincronismo II un hombre y una mujer parecen navegar en algún fluido, manteniendo en ambas sedas las mismas posturas paralelas sin que ello resulte reiterativo, sino limpia y profundamente armónico. Sonríen y son una mancha de color sobre un fondo entre negro y burdeos. Parecen felices en su paradójica inmovilidad y sugieren el reinado del amor. En uno de los lienzos, una mujer y un hombre son como Jano sobre la honesta tortuga del equilibrio y emiten volutas a modo de discurso o presencia, relacionando así comunicación y serenidad.

Hay muchas mujeres: mujeres que vuelan, mujeres ciclistas, mujeres con alas talares. Hay una mujer (¿carcelera?, ¿alquimista o creadora?) que guarda homúnculos en botellas. En los seres positivos predomina un suave movimiento, siempre como en búsqueda de la armonía. Los elementos naturales (flores, verduras, reptiles, cabras majoreras, índicos elefantes) suelen transmitir paz, salvo esos cuervos inquietantes que a veces sobrevuelan el desequilibrio que hace presentir, por ejemplo, una perspectiva indefinida.

En algunos de sus cuadros, Andrea revela los defectos y problemas de nuestra sociedad; así es en títulos como Hay un oscuro pozo de inconclusas esperanzas, referido a la inmigración, o Eva y un sinfín de habladurías, en el que el chismorreo típico de un mundo provinciano se materializa en mujeres negras como cuervos y en cuervos como enlutadas mujeres, mientras Eva ejerce su libertad junto al árbol. En un lienzo, en torno a un hombre grueso desnudo y aislado en el interior de una botella parecen flotar billetes y monedas; la satisfacción material, la soledad y la incomunicación aparecen así abrazadas en el reducido espacio que limita el bastidor.

En Sueños, tempestades y quién guía el absurdo, un cortejo mortuorio viaja en una falúa: varias personas de distintas edades mantienen diversas actitudes junto al féretro. Algunos lloran, se abrazan o se llevan las manos a la cabeza; los más pequeños chupan un caramelo. Una figura blanca e indefinida flota bajo la barca y la sostiene y dirige. En este caso, un pensamiento de raigambre goyesca da pie a una alegoría polisémica y fértil. Y todavía aquí el movimiento sugiere una pacífica transición, nunca el golpe brutal.

El uso de la palabra, a modo de didascalias a veces y otras como añadidura y hasta como elemento decorativo, enriquece la obra de Andrea Castagna, que no está radicalmente separada de las artes del emblema y la poesía. Se trata de una pintura de tintes espirituales, de un simbolismo intuitivo y sorprendente que, en el caso del lienzo como soporte, sigue negociando su alianza con la materia. El arte y los artistas pueden congratularse: Andrea Castagna firmará ese tratado. Canarias 7 Fuerteventura.

06 abril 2001

Rainer Müller y los visillos rotos

Rainer Müller. Trans-formaciones - Sala de Exposiciones del Cabildo de Fuerteventura

Una de las calles que forman el casco viejo de Puerto del Rosario es la del Gobernador García Hernández, aunque los vecinos del barrio la conocen como la de Pepe Hierro, un tendero que abrió su pescadería de la esquina todas las mañanas durante tantísimos años, y que aún hoy la abre como lugar de reunión para sus amigos. En esta calle se encuentra la nueva Sala de Exposiciones del Cabildo de Fuerteventura, un hermoso local compartido con el Colectivo Cultural Majo y Limpio e inaugurado hace sólo unos meses.

La sala había albergado hasta hace unos días dos muestras fotográficas: la de Adalberto Benítez en noviembre y la más documental de Francisco González Concepción, Canarias fin de milenio. Crónica gráfica de la transición, en diciembre. El 30 de marzo se ha inaugurado la exposición Trans-formaciones, del alemán Rainer Müller, que permanecerá en la sala hasta el 28 de abril. Müller, nacido a orillas del río Mosela en 1952 y residente desde 1985 en Fuerteventura, ha realizado varios trabajos fotográficos y audiovisuales sobre la Isla. Recientemente ilustró el libro de Karin Meurer, Fuerteventura. Magia de una isla (2000).

Thomas Rehbein, galerista en Colonia, ha dejado escrito que “las obras de Rainer Müller son románticas, un documento sobre la transitoriedad”. El fotógrafo tinerfeño Javier Alonso Labrador, en el comentario que aparece en el catálogo, insiste en la idea de la intervención sobre el territorio como invención. Los invernaderos abandonados de Müller serían, así, una re-creación del territorio, del mismo modo que el fotógrafo re-crea la realidad al intervenir sobre la instantánea por medio del coloreado.

En las fotografías, es cierto, la montaña que asoma entre los jirones de tela es, a un tiempo, testigo mudo y constatación del paso del tiempo: el invernadero hace ya tiempo que cumplió sus días, pero la tierra sigue ahí. Transformada, pero sigue ahí. La intervención del hombre es flor de un día; luego, la naturaleza toma las riendas. En alguna instantánea, el viento enreda los jirones del tejido, como contribuyendo a devolver al caos original las estructuras construidas por el hombre. En otras, por el contrario, el soplido del aire parece imprimir un coordinado movimiento de danza a las telas rotas, que sugieren así la adquisición de una nueva esencia, a medio camino entre la integración en la naturaleza y la desaparición, como dotadas por un momento del carácter cíclico de las mieses o de la lluvia.

La manipulación de la fotografía a través del coloreado no se diferencia sustancialmente del proceso de modelado que el escultor efectúa sobre el barro, o de la minuciosa depuración de la palabra por parte del poeta. De este modo, la fotografía se ausenta del terreno del mero testimonio para ingresar en el difícil campo de la lírica: el objetivo se pone al servicio del punto de vista, y de un punto de vista dotado por igual de sensibilidad y de rigor investigador. Las fotos muestran un interior en blanco y negro que es el de los invernaderos, y un exterior azul que es el de la luz de la naturaleza triunfante. Pero no se trata de una simple aplicación del modelo de opósitos; en el contraste podríamos encontrar una síntesis conveniente y necesaria entre la interioridad y la exterioridad del espectador.

El coloreado desempeña en los cuadros de Müller una función evidente de llamada sobre el propio código visual; no podemos sino imaginarnos estas mismas instantáneas sin el detalle de color: no pasarían de ser unas excelentes fotos en blanco y negro. Por el contrario, son mucho más que eso: la ventana de un espíritu. Es como si la luz hubiese estado esperando por la desaparición de las construcciones humanas en un mar temporal para revelarse y, quizá, rebelarse e invadir sus oscuros dominios.

Son invernaderos abrasados por el sol, huérfanos de tomateras, restituidos por el viento a un primitivo estado de inocencia u ociosidad. Son primordiales ventanas de visillos rotos. Son, quizá, los aparejos de un barco fantasma. Son marciales tiendas de campaña sobre un exhausto campo de batalla, arrasadas hace décadas o quizá siglos por un enemigo invisible e invencible. Quieren ser naturaleza y dicen el tiempo: casi nada. Canarias 7 Fuerteventura.