Cristina Escape. Obres: 1985-2005 - Casal Solleric
Sin compromiso. Así siente uno la pintura de Cristina Escape (Barcelona, 1961), y así siente la necesidad de enfrentar sus cuadros. Entre todas las sensaciones que se desprenden de la contemplación de la obra de esta catalana afincada en Pollença, la primera y más distinta es la de libertad.
Libertad con respecto a la tiranía de las modas y las corrientes, con respecto a la crítica y con respecto a la industria. Uno siempre ha sentido rechazo hacia un modo de proceder tan inaceptable en la crítica como es la identificación entre autor y obra: ese rezumar de las virtudes o los defectos del uno por entre las rendijas del juicio crítico de la otra, a veces so capa de simpatía o compadreo; y en este caso sería, además, muy osado que practicara semejante vicio quien desconoce personalmente a la artista. No obstante, y si es cierto que las imágenes valen algo, uno ha de manifestar –con todas las reservas necesarias pero también con fe en el propio olfato, tras muchos años de olisquear más filfas que verdades- que si la extensa muestra que alberga estas semanas el Casal Solleric le gusta, las fotografías de su autora que aparecen en el catálogo lo inducen a la confianza, a la presunción de honestidad profesional y, por qué no decirlo, a cierta satisfacción moral no lejana a lo fraternal. Uno no duda en llamar profundamente libre a quien ya con su mera actitud, pero sobre todo con su producción, es capaz de promover tales arranques de entrega, para afirmar luego que ello no genera sino más libertad a su alrededor. ¿Y no era esto el arte?
Esta introducción enfadosa y casi adolescente debe servir para –aparte sonrojar al lector/espectador- situarlo ante una trayectoria artística desatenta a toda convención, sujeta sólo al propio afán de investigar. Es difícil señalarle influencias a Cristina Escape. Se ha hablado de Matisse, y –ella misma- del magisterio de Miró, pero las estrellas que en Miró son signos casi exentos, elementos autorreferenciales que llegan a conformar un código y un universo propios, fuera de los cuales casi nada tiene sentido, en Escape forman parte del paisaje, contribuyen a conformar un ambiente por lo general onírico en el que cuerpos, rostros y manos se desempeñan con mejor fluidez. Los rasgos de sus personajes más recientes alientan algo del Trecento y primer Quattrocento: los labios semifruncidos, los ojos entornados bajo gruesos párpados, los cuellos erguidos o levemente inclinados en forzado escorzo; pero tal vez alguno recuerde también a Utamaro en este punto.
Rostros orantes y manos oferentes, sugerido todo ello en trazos casi náufragos en un mar de colores o elementos geométricos, parecen sugerir siempre la importancia de la actitud corporal en la comunicación. En la hermosa pieza titulada Está en el aire (2000), por ejemplo, el lenguaje procede de dos tipos de señales: las figurativas y las abstractas, que se complementan y sitúan al espectador. Los cuadros que giran en torno al tema del sueño, que son muchos y muy variados pese a su reiteración, insisten en la búsqueda de una actitud serena ante un asunto que cuando menos parece preocupar a la autora. Sueños de arena (2003), en su sencillez, focaliza con habilidad toda la atención –una vez más- en un rostro y unas manos, sugiriendo, en medio de una serenidad casi palpable, que el sueño no es tanto algo pasivo como un espacio de actividad de la mente. Nana (1997), Siesta (2001) o Sueño (2004) insisten en esa línea serena, en que el flujo de lo irracional sólo es perturbado por cuadriláteros de color o geometrías suaves que acotan el espacio y parecen expulsarlo con delicadeza del terreno del azar.
Más complejo resulta Sueños de agua. Entre dos (2001), en el que se combinan dos de las preocupaciones de la autora: el sueño y la comunicación. Ésta vieja obsesión con frecuencia aparea rostros de perfil, que interactúan por medio de trazos de color que unen las bocas (como en Conversación, 1987) o una boca y un oído (como en Contador de secretos, 1987), o bien participan en silencio aparente de un mismo paisaje, irreal pero claramente matizado como agradable (Entre dos, 2000), fluido -a juzgar por unos labios sobredimensionados- (Entre dos, 2003) o, por el contrario, hostil o infranqueable, como en la serie No llores (2002-2005), en que los gestos de las manos sobre el rostro, las lágrimas derramadas o la repentina disposición en aspa de elementos de ese paisaje manifiestan la imposibilidad de esa comunicación. Alejada de sueños y diálogos, la hermosísima Malabarista de estrellas (2005) supone un avance hacia el optimismo y la expresividad, que se confirma en dos piezas tituladas Te doy (2005), igualmente acertadas en una gestualidad profusa y, a la vez, contenida. La Mujer con brazos alzados (2005), por último, pertenece a la estirpe de alguna vanguardia que ahora se me escapa, aunque su intención no parece inquietar ni alborotar en absoluto, sino que más bien resulta sedante.
Temáticas antiguas, como el circo, pasajeras como la abstracción, o más permanentes, como los diversos bodegones y motivos florales o cotidianos que salpican su trayectoria, complementan una obra de recorrido lento y consciente, despreocupada del aspecto más social o comercial del arte. Cristina Escape es una pintora muy madura y aplicada sólo a desentrañar, pincel en mano, los muchos matices que contiene una realidad que, en su caso, sin duda es más mental que referencial. Enhorabuena. Amb l'Art (www.amblart.com).
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