07 junio 2002

El objeto como pretexto

Nuria Formentí - Sala de Exposiciones del Cabildo de Fuerteventura

A veces se encuentra uno con artistas de raza. Se trata de casos altamente insólitos de personas que toman su profesión como una forma de trascender, más allá de cuestiones de rentabilidad económica que son accesorias: que un valor artístico coincida o no con un valor comercial, en un momento determinado de la vida del creador o mucho después de muerto éste, es lo de menos. Lo que caracteriza al artista es su afán de trascender; tal vez sin saber muy bien qué cosa es esto tan solemne de la trascendencia, pero siempre con absoluta conciencia de que el don disfrutado es un patrimonio precioso que tiene la obligación de cultivar con seriedad y de compartir generosamente. Estos seres únicos, raros, que frecuentemente se acomodan mal a un mundo demasiado simple o demasiado complicado para ellos, saben que, para hacer lo que tienen que hacer, la técnica es necesaria; pero también que la técnica por sí sola no los conducirá muy lejos, no mucho más allá de una meritoria artesanía. Entienden, además, que su obra no se ha de contentar con reflejar una referencia exterior por medio de la técnica, sino que es su mundo interior rico y desbordado (incluso sin ser conscientes, incluso a su pesar: recuerden a Van Gogh) el que lucha con la técnica por salir al exterior en forma de obra. La referencia a la realidad sólo es pretexto. La técnica, arma más o menos afortunada. El artista no se proclama, no explica su producción, no alardea. Es.

Y siempre celebramos encontarnos con casos que apuntan en esa dirección. En la obra de Nuria Formentí, expuesta en la Nueva Sala de Exposiciones del Cabildo Insular hasta el 8 de junio, hemos vislumbrado brillos de auténtica creación. Hay que decirlo: también hemos contemplado tentativas más o menos acertadas. Pero hoy nos queremos fijar en algunos cuadros de su serie mobiliaria. “Pinta butacas”, escucharemos de quien sólo haya visto (pero no mirado) la muestra. Es falso: Formentí no pinta muebles. Por más que encontremos sillas, sofás y butacones en su obra, el mueble es sólo una excusa. La prueba es que, contra lo que es práctica común entre otros artistas sedicentes, los títulos de sus cuadros apenas aportan nada a su contemplación. Son extratextos puros, palabras meramente identificativas, elementos de catálogo. Calor, Frío, Butacón son títulos superfluos que dejan bien claro que lo importante no es el ropaje de la obra, sino ésta.

Se trata de cuadros ejecutados con técnica mixta (acrílico y una pasta aplicada por encima con hábil manejo de pala) en los que los muebles no están solos en el espacio; siempre se hallan enmarcados en un ambiente, aunque éste sólo sea provisto por medio de escasos elementos de una perspectiva sugerida, más que definida. Los fondos son sencillos, pero no descuidados: esquemáticas capas de pasta dispuestas estratégicamente. Para empezar, no se trata, pues, de muebles, sino de ambientes. La luz, pese a la referencialidad de las imágenes, en ocasiones es irreal: no parece que haya, como es ley natural, un foco que ilumine la escena inerte, sino que más bien la luz ejerce su énfasis sobre zonas escogidas de los objetos. En Calor los tonos cálidos, y en Frío los fríos, brillan sobre áreas concretas en tapicerías fantásticas, en las que el juego de luces y sombras determina superficies de roce, tejidos gastados, sebos y sudores viejos sobre la textura original. De nuevo encontramos que lo que destaca no es el objeto, sino lo que éste sugiere: uso, tiempo, humanidad, calor, frío. Lo muelle y lo funcional se recrean a través de sensaciones. La presencia y la ausencia del animal humano, sensual y capaz de impregnar de su calor o de su frío los objetos, nos llama desde los cuadros de Formentí. Incluso su disposición (contiguos y enfrentados) nos recuerda alguna vez la corriente voluble y contradictoria en que nuestra vida fluye hacia su desembocadura.

Desde Butacón’ el calor de un hogar nos llama. La pintora sabe que lo relevante de un mueble no son sus líneas, ni su armazón, ni su diseño, ni tampoco su precio. Un mueble sólo adquiere parentesco con el hombre (y, por tanto, es merecedor de protagonizar un retrato) cuando entra en contacto con él y ambos comparten su existencia, contagiándose el uno de los humores y estados del otro y adaptándose éste a los espacios y molicies del primero. Si a través de la representación de las formas y texturas gastadas de una butaca somos capaces de percibir lo que de humano flota entre sus brazos, henos aquí el milagro del arte: no como reflejo, sino como ingrediente, variación o sustituto de la vida. Sin más explicaciones. Canarias 7 Fuerteventura.