27 diciembre 2006

Un ebanista humanista

Albert Agulló - Blitz

La galería Blitz parece dar –por fin– un salto cualitativo en su actividad con su presente muestra, una abundante selección de la obra de la última década de Albert Agulló (Elche, 1931). Este artista levantino cuenta con más de un centenar de exposiciones individuales nacionales e internacionales en su historial y ha dado a conocer su obra en innumerables salas y museos de Europa, América y Asia. Agulló mantiene estudios en Elche y en La Oliva (Fuerteventura).


Su obra destaca por la enorme calidez que imprime al trabajo sobre la madera. Autodidacta, nunca ha olvidado sus comienzos como ebanista; su proceso creador es laborioso, de gran rigor intelectual y físico: por ello sorprende la sutileza de sus resultados, a medio camino entre lo fantástico y lo simbólico. Agulló puebla sus piezas de seres imaginarios, de formaciones terrosas, de pequeñas figuras humanas que siguen un patrón o se esfuerzan por emanciparse de él, que luchan con fuerzas físicas que la madera y los pigmentos saben traducir con vigor único. La geometría sirve a veces de marco y contraste a las formas y las texturas más orgánicas, y las atmósferas, pese al elemento de abstracción que Agulló introduce paralelamente al concepto, remiten inequívocamente, de una forma u otra, al ámbito natural. La ejecución es de un equilibrio material y de una austeridad expresiva tremendamente elocuentes. Por todo ello son tan efectivas las obras de este ilicitano, que parece querer erigirse en portavoz de una naturaleza que reclama al hombre que regrese, que retome los lazos que un día lo unieron con ella y con el pensamiento.

La paleontología, la entomología, la geología y también el símbolo, el sueño y la reivindicación se incorporan a un proyecto que con gran naturalidad abraza la literatura como al pariente próximo que es, si con Agulló consideramos que el humano es una criatura que fundamentalmente se caracteriza por pensar, por soñar, por disponer de conciencia, por aplicar ésta a su propia y dolorosa caducidad y, más que nada, por contarlo. Los ecos de poetas como Antonio Gamoneda, Alejandra Pizarnik o Emilio Adolfo Wetphalen se unen al reclamo y confirman la condición humanista de tan reconocido creador (pero mucho menos reconocido que valioso). Última Hora.

13 diciembre 2006

Sir Anthony Caro en Mallorca

Anthony Caro - Altair

Anthony Caro (Londres, 1924) tiene en España un público fiel y un mercado consolidado. Siendo, como es, el escultor más reconocido del Reino Unido y uno de los más relevantes del arte del siglo XX, poder disfrutar de su obra en casa es una oportunidad que hay que aprovechar. Su relación con Palma comenzó en la Universíada de 1999, fruto de la cual el Ayuntamiento de Palma se benefició de la obra que hoy admiramos a la entrada de Es Baluard, Palma Steps, una versión concisa de los Goodwood Steps (1996) de los que el propio artista encareció el carácter arquitectónico y su versatilidad con respecto al paisaje y al propio espectador, que puede elegir el punto de vista e incluso deambular por su interior. En 2002 Caro ofreció su primera exposición en Altair. Más adelante, un simpático Gramophone (2001) integraría la Colección Serra –a la que también pertenece la pieza Barcelona Rose (1987), que se expone en Es Baluard– y sería seleccionado en 2005 para la colectiva Pensar las formas.

Hoy, el montaje de Bernat Rabassa sobre quince obras escogidas por el propio Caro conforma una breve pero densa retrospectiva en la que, en palabras del galerista, dialogan las distintas épocas del escultor. Aparte obras más antiguas como la bellísima Low Table Piece CCCCXXXI (1977), de un dinamismo casi aéreo, o Chorus (2000), de una armonía orgánica y compacta que parte de lo aparentemente heterogéneo e inestable, la muestra aporta como novedad la Weekday Series (2005), en madera, acero y hierro fundido pintado: cinco piezas que juegan a armonizar objetos de procedencia dispar en conjuntos de acusada personalidad y, sin embargo, de cómoda inserción en nuestro entorno.

Kosme de Barañano habla acertadamente de la relación de la escultura del artista con la música. Desde los distintos Steps hasta las piezas de la presente exposición, la enorme potencia creadora de Caro reside básicamente en el manejo de los materiales como elementos incorporables a un flujo de pensamiento melódico preexistente, como si de notas y silencios tratásemos. El humor tantas veces presente y un sentido del equilibrio verdaderamente abrumador informan una obra de matices muy humanos en la que, contra lo que suele suceder, la abstracción no sólo conquista el intelecto, sino también los corazones. Última Hora.

06 diciembre 2006

Espíritu de comunión

Ximena Yutronic. La última cena - Fran Reus

Para ser chilena, y si –como es frecuente en esta columna– pensamos en términos de poesía y de poetas, el tono de la obra de Ximena Yutronic (Iquique, 1965) suena mucho más a César Vallejo que a Pablo Neruda. Sorprenden sus cucharas vacías, a veces rotas y otras diseminadas en un cuadríptico, tal vez como iconos de carencia y, por tanto, también de solidaridad y de vida por luchar. Los panes, las verduras sugieren al espectador cierto parentesco no demadiado estricto con la iconografía medieval y con un simbolismo recio, de índole natural. La taza, la cuchara, la llave y la sortija, reunidas en sus discretísimos ocres y en su aparente silencio, componen un mundo de significación muy efectivo, una cotidianidad evidente en la referencia a los alimentos primarios y que, por lo mismo, convoca una espiritualidad de raigambre evangélica.

Así sucede también con la técnica, que por momentos remite al relieve, al fresco, a la cerámica: a la intersección o el contacto entre la pintura y la materia de que se compone nuestro espacio vital, con sus texturas, con sus humedades propias y su aparente independencia a la hora de cuajar en un sentido u otro en forzada colaboración con el paso del tiempo; a veces mediante acabados finamente trabajados, otras como si de una rebelión de la materia se tratase. Pero no existe tal independencia. Por el mismo motivo por el que emplea una paleta muy contenida, Ximena dota sus cuadros de una pátina material muy coherente con el tono que respiran. Ese evangelismo laico que anotábamos arriba se resume en escenas en las que unos comensales indeterminados comparten mesa. El intercambio que contemplamos es el de los gestos de las respectivas manos en torno a unas copas que son cálices: de nuevo huele a Vallejo, y también a Da Vinci. Alguna alusión a la contemporaneidad no impide que asistamos a estas escenas, captadas desde una perspectiva cenital, como espectadores ajenos a ella, como el que juzga los ritos de comunidad –o comunión– pertenecientes a una sociedad que tal vez se extingue porque sus referencias materiales de la cotidianidad y sus referencias espirituales se han disociado. Actitud reflexiva, contenido espiritual, inserción en una tradición secular: muy buen trabajo. Última Hora. Luke.