27 junio 2016

Un teatro de la vida en blanco y negro

EDGAR HERBST MUESTRA EN KEWENIG SU OBRA FOTOGRÁFICA, DEL FRÁNCFORT DE LOS 80 AL BERLÍN DE 2016

Edgar Herbst. Für Edgar - Kewenig (Oratorio de San Felio), hasta el 10 de septiembre de 2016.

El aspecto demacrado de Edgar Herbst (Bad Lauterberg im Harz, 1961) lo delata: este hombre probablemente lo ha visto todo. Para nuestra fortuna, ya que sus fotografías contienen un complejo teatro de la vida y un sorprendente elenco de personajes solitarios que requieren nuestra atención, eficaz y desesperadamente, desde su escenario.

Herbst tiene una vertiente comercial o institucional conocida, por ejemplo, por su trabajo en la estación de metro de la Hohenzollernplatz de Berlín, la instalación Burg Hohenzollern: 34 grandes formatos con diversas vistas de aquel castillo y localidad cuna de la dinastía real de Prusia e imperial de Alemania, cofinanciada por la empresa municipal de transportes y por el príncipe Jorge de Prusia. Su agudeza y su capacidad de retratar la fauna nocturna del Fráncfort de los 80 desde ángulos imprevisibles le habían ganado un lugar entre los paparazzi de moda; en los 90 trabajó para medios como Stern, Gala, Spiegel, Max, Dummy, Vogue, Das Magazin y otros en toda Europa. Desde 2001, retirado de la fotografía alimenticia, reside en Berlín y busca otros ángulos.

Aunque incurra también en la experimentación, lo que más me impresiona del trabajo de Herbst es la relación que establece con sus personajes. Porque, más que retratos, sus fotos son brevísimas obras de teatro, escenas condensadas en un momento en el que la mirada y los gestos del retratado quieren contar su historia, o en el que la composición y los movimientos en el seno de un grupo sugieren sin querer toda una coreografía y una distribución de papeles de las que seguramente los participantes no son conscientes. En este contexto eminentemente teatral, lo grotesco surge con naturalidad: la habilidad de Herbst no estriba en una perspectiva satírica, sino en su capacidad de captar el momento en que cada cual se convierte en caricatura o resumen de sí mismo. Esta habilidad no es casual, sino fruto de un interés explícito del autor por ver en el otro; “veo lo que veo”, tituló su exposición de 2007. Otras veces no es lo cómico, sino el drama larvado, la tensión, la incomunicación, quizás el vacío existencial, lo que asoma en los ojos de los fotografiados. Herbst, maestro consumado de la disposición, se apropia de los contrastes, reconoce los límites y obtiene la confianza de unos seres aparentemente desarraigados que parecen gritar su soledad, a veces paradójica, a través de su cámara analógica. El Mundo-El Día de Baleares.

Edgar Herbst, Aussen VI (Reykjavik), 2011

20 junio 2016

Art Palma Summer

Art Palma organizó hace dos jueves un recorrido guiado o visita profesional por las galerías de arte de Palma. De hecho, dos recorridos: uno en inglés que partió de Pelaires y otro en español que se inició en L21. La iniciativa sirvió para alcanzar varios objetivos: concentrar esfuerzos económicos, convocar a críticos de dentro y de fuera, atraer a coleccionistas y ponerlos en contacto directo con artistas y galeristas, generar un evento que acerque el arte y su gestión a la ciudadanía…

De la fotografía-denuncia de Eulalia Valldosera a los paisajes de Nicholas Woods; de los juegos performativos de Damià Vives al impresionante, abrumador dominio de la materia de Joan Costa; de las delicadas mariposas de Limoges de Kira Ball a las contundentes geometrías imposibles de Ñaco Fabré, pasando por mi particular descubrimiento de la noche, el fotógrafo Edgar Herbst... La variedad de la oferta y el dinamismo del sector privado, aun habiendo aspectos organizativos mejorables, contrastan con la respuesta nula por parte de los responsables públicos de cultura, a los que ni las elecciones animan a compartir esfuerzos ni cortesía con sus administrados. Existe alguna excepción notable como la del alcalde Hila, a quien no es difícil encontrar en eventos artísticos, al menos, de visita. Pero sólo una empresa privada ha considerado la conveniencia de patrocinar el Art Palma Summer. ¡Tal vez sea mejor así!

La calidad de las obras expuestas es también variada, como resulta inevitable. Pero no parece inoportuno recordar que, junto a la oferta museística y las exposiciones de carácter institucional, que están reservadas a lo consagrado o a lo ya conocido, las propuestas de las galerías muestran el pulso vivo del arte contemporáneo de hoy: sus luces y sus sombras, sus aspectos mercantiles, sociales y creativos, su inevitable porcentaje de timo a mansalva y, también, su semilla de futuro. El Mundo-El Día de Baleares.

13 junio 2016

Las ruinas de Palmira

Jason Martin (Jersey, 1970) expone en Pelaires. En la pintura escultórica de este autor británico es esencial un concienzudo trabajo gestual –referentes como Pollock resultan evidentes, y su adscripción al expresionismo abstracto explícita–, pero son igualmente relevantes el color y la textura. Arte por el arte, la meritoria obra de Martin no requiere títulos, pero el autor prefiere adjudicarlos a través de referencias culturales que estimulen al espectador a establecer relaciones (“his titles flirt with association”, ha escrito alguien a propósito). En este caso, llama la atención la posible liaison de dos piezas tituladas Zenobia y Palmira. La apariencia textil y el color púrpura de la primera pueden remitir al manto de la realeza, y los vestigios dorados que atraviesan la profunda oscuridad del segundo parecen referirse al lujo asiático perdido de aquella antigua metrópoli siria en la que imperó Zenobia allá por el siglo III, cuyas ruinas recientemente han sido, además, objeto de saqueo y destrucción. Una referencia útil y digna de alguna reflexión, pero tal vez ajena a una exposición algunos de cuyos títulos fueron cambiados a última hora, revisando títulos de fases anteriores en que Martin trabajó en contacto con la obra de Herman Melville. Una concesión seguramente innecesaria al mundo de lo referencial. El Mundo-El Día de Baleares.