04 febrero 2002

Trabajos manuales

Segunda clase o turista - Molino de Antigua

Hasta el 3 de marzo se ofrece en el Molino de Antigua la muestra Segunda clase o turista, convocada por Nilo Casares (La Coruña, 1963) y secundada por el Cabildo de Fuerteventura bajo el marbete del nonato Centro de Arte Juan Ismael. En ella se acumulan, de forma un tanto irregular, una serie de piezas u objetos artísticos relacionados con la maleta “como espacio de creación, físico y simbólico”. No obstante, el espectador apenas alcanza a distinguir alrededor de docena y media de juegos, a veces intrascendentes y a veces ingeniosos, en demasiadas ocasiones meras bromas. Casares, “crítico de arte y comisario independiente de arte contemporáneo”, parece haber ideado el encuentro. Hay que reconocer que el que no se divierte es porque no quiere.

De Juan Hidalgo y Francis Naranjo estamos acostumbrados a objetos cuya conexión con cualquier significado artístico inicialmente parece remota. Sólo su misma consideración como objeto de arte (sólo el punto de vista de un espectador seducido) convierte en tal un primoroso maletín de madera forrado interiormente de poliexpán y con el fondo lleno de sales de color violeta. “Muy frágil” rezan las etiquetas exteriores, y el espectador, como por arte de magia, súbitamente se halla frágil, reflejado en el inquietante conjunto formado por cosa, palabras y espacio. Reflejado y desafiado. La veterana presencia de Juan Hidalgo mantiene un pulso, ya que no genial, al menos profesional. Desde Nueva York, Ferrán Martín aporta un respetable juego de puntos de vista, con matices lejanamente emparentados con el cuestionamiento de la sociedad y una denuncia muy neoyorquina, aunque tal vez no tan novedosa, de la alienación urbana. El catalán y floridiano Antoni Miralda, por su parte, insiste en su habitual estética alimentaria e insinúa libertades amputadas.

Poco desafío puede encontrar el paciente visitante, por el contrario, en objetos como la Maleta del misionero, del zimbabués Berry Bickle. A la belga Isabelle Bribosia (escultora, escenógrafa, etc.) no se le puede negar cierto ingenio primario. Cierto talento, similar al de aquél que monta la parte interactiva de, por ejemplo, un museo o un centro de interpretación, inspira al australiano Warren Vance su maletín caleidoscópico. Y es evidente (y seguramente lo único positivo que se puede predicar de él) el ánimo juguetón del “artista interdisciplinar” Guillermo Gómez-Peña, alias El Mad Mex y Mexterminator, creador de lo que alguna crítica norteamericana ha denominado Chicano cyber-punk performances, muy a menudo programadas por universidades de aquel país. En esta ocasión, sus videograffitis y su díptico, que el Cabildo edita aparte del catálogo, le ganarían la adoración de cualquier alumnado de bachillerato; eso sí: anterior a la LOGSE. Y, no obstante, Gómez-Peña cumple pronto los cincuenta.

Javier Camarasa aporta una nueva versión, esta vez con maleta, del dramático viaje de las pateras. Si en el catálogo aparecen la maleta y su contenido diseminado en una playa, con un sentido social explícito (nada precisamente experimental), en el Molino de Antigua el contexto mínimo necesario se pierde absolutamente. Por otra parte, en la instalación presente en la sala, a las prendas esparcidas van unidos cuadernillos con textos de inmigrantes, un conjunto de testimonios muy interesante sin duda, mas alejado, por su naturaleza discursiva y netamente referencial, de los presupuestos del arte conceptual. El impacto visual se ve aminorado por el requisito de la lectura, que impone una forma de percepción ajena a lo plástico. Lo que pretendía ser instalación se nos antoja así amontonamiento, batiburrillo de loable intención social y nulo efecto artístico. Y, por otra parte, ¿por qué no recordar que los vestigios de las pateras ya los utilizó, creemos que mucho mejor, Pepe Dámaso?

Mucho menos interesante, desde luego, parecen la pieza de Isbel Messeguer, a medio camino entre el kitsch y una irritante tomadura de pelo, provista de unos evidentes referentes sentimentales (ni por asomo irónicos) que no cuadran con el enfoque supuestamente conceptual de la muestra; la de Marta Prieto, cuyo mérito podría estribar quizá en la pura destreza manual; la de Chus Morante, igualmente carente de toda intención estética que no sea meramente decorativa; o la de Óscar Mora, que nos confesamos incapaces de calificar con palabras honestas.

Por más que nos interrogamos, por último, no somos capaces de encontrar el sentido de la presencia en un mismo catálogo del texto juvenilmente juguetón de Nilo Casares, el discurso plenamente integrado y literario de Javier Reverte y la nota neutra firmada por el consejero de Cultura, Mario Cabrera, que, por cierto, incluye un uso aberrante del signo @ como indicador de género doble (¿o también neutro, quizá?). No es posible discernir por qué razón la organización escogió tres textos tan aparentemente chocantes entre sí para su desplegable, de no ser porque estuvieran más o menos a mano.

En cualquier caso, nos encontramos ante una muestra de lo que el arte conceptual no es ni debe ser. Vivimos en un mundo que difícilmente acepta más estímulos que los superficiales, un mundo en que las instituciones creen, incluso de buena fe, poder contribuir al desarrollo del arte experimental, en que un objeto nos deja de parecer trivial solamente porque establece una mínima relación entre dos conceptos simples, porque refleja una estructura de pensamiento no mucho más compleja que las que rigen los dibujos animados o la moda prêt-à-porter. En nuestro mundo, no es necesario leer ni meditar excesivamente para sobrevivir, ni mucho menos una formación académica para interpretar una obra de arte o disfrutar de ella. Tampoco para detentar comisariados. Esto es, al menos, lo que algunos pretenden so pretexto de “acercar el arte al público”. El arte verdadero, entendemos, no ha de basarse en la palabrería; más bien, ha de luchar contra todo este lamentable estado de cosas. Canarias 7 Fuerteventura.