16 mayo 2016

El fuego sólo deja cenizas

UNA ESPLÉNDIDA REFLEXIÓN SOBRE EL TRAYECTO VITAL DEL HOMBRE

Guillem Nadal. La mirada del foc - Casal Solleric. Hasta el 28 de agosto de 2016

La obra de Guillem Nadal (Sant Llorenç des Cardassar, 1957) está profundamente relacionada con la naturaleza. No sólo por su carácter eminentemente matérico, sino sobre todo porque los elementos que de ella recoge se avienen perfectamente con una concepción cíclica y material de la existencia. En La mirada del foc, Nadal ha trazado un recorrido circular por la planta noble del Solleric que es, al mismo tiempo, una densa reflexión sobre el recorrido vital y sus contradicciones.

En la serie Caos (2012) encontramos ese patrón circular a base de elementos bordados carentes de orden aparente, pero llenos de dinamismo y organicidad. Es propio de este artista un gesto potente, de gran eficacia dispositiva, y en este caso las sugerencias orgánicas están a medio camino entre lo vegetal y lo animal, pero en cualquier caso insertas en el plano del telurismo. La instalación Illes del sol (1996-2015) despliega una serie de afortunados e inquietantes homúnculos vegetales, esas polisémicas figurillas con busto humano y peana de ramas invertidas. Próximos pero lejanos entre sí, aislados, parecen paralizados en medio de una estéril carrera de sus pies-raíces, proyectando dos sombras: la que fue en algún momento y nunca más será, pintada en el suelo pero muerta; y la que es consecuencia de su actual iluminación, viva pero igualmente inmóvil. Los rudimentarios bustos sin brazos remiten irremediablemente a la decadencia del arte clásico –a la imperfección sobrevenida.

En las series Miralls y Miralls de foc (2015-2016) el fuego alcanza el protagonismo como material pictórico (las quemaduras del papel en sus diversos grados), como símbolo de caducidad y también de energía creadora y, por tanto, de la ciclicidad de la vida… Diversos materiales reciben y apenas pueden ocultar la acción a la vez destructiva y constructiva del fuego sobre las representaciones de calaveras. El mismo concepto, no exento de raíces barrocas, fundamenta La mirada del foc (1998), una espléndida metáfora de lo que somos y lo que creemos ser, explicación meridiana de los procesos perceptivos que a menudo nos ocultan la decrepitud y la inanidad de lo que tomamos por libertad. En esa línea, brillante y devastadora, se aloja también Paisatge de la memòria (1994-2015), una instalación conceptista en su aparente minimalismo, repleta de reflexión en torno ahora ya no a la percepción, sino a la memoria como elemento constitutivo de la personalidad: de nuevo la calavera, de nuevo la ceniza. No se sale indemne de tanta y tan reveladora sinceridad; Guillem Nadal nos debe una reparación. El Mundo-El Día de Baleares.


















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