12 enero 2006

Un teatro de la vida

Llabrés Campins. Com passa el temps! - Joan Oliver “Maneu”

Se ha dicho que la pintura de Antonio Llabrés Campins (Vilafranca de Bonany, 1965) traduce un universo de “cotidiana normalidad, alegría”, que testimonia “la existencia de la felicidad”. Y es verdad que en los cuadros del mallorquín aparecen la luz y un mar dichoso que cualquiera identificará de inmediato con el Mediterráneo, imbricado –como paisaje o sustento– en el tejido de la existencia humana, al igual que la ciudad, el campo, la calle, el vino o la herramienta. Los colores planos tienden a resaltar aspectos positivos de la realidad y las figuras son, como sugirió Arnau Puig, semejantes a marionetas manipuladas y dispuestas a fin de desempeñar un papel en el conjunto. En este sentido, y también merced a un uso tremendamente eficaz de la perspectiva simplificada, podemos hablar de dramatismo en los acrílicos de Llabrés Campins. Y las escenas representadas suelen tener que ver con el intercambio y, en particular, con celebraciones del feliz funcionamiento del cuerpo social.

No obstante, un elemento fundamental en sus composiciones son los rostros de la gente; o el rostro, dado que Llabrés emplea siempre los mismos y estilizados rasgos para todas sus figuras humanas. Esos rostros no sonríen; y lo que otros han calificado de “sosegada tranquilidad” resulta, bien mirado, inquietante sometimiento. Acierta Gudi Moragues cuando adivina que “todos y cada uno de los seres que aparecen en sus pinturas saben cuál es su cometido” en un mundo en que “la desorientación no tiene cabida”. Y a mí esto, más que tranquilizarme, me desazona profundamente. Las actitudes aparentemente festivas de los personajes vienen marcadas por las estaciones, por el clima, por la costumbre, por la fatalidad, tal vez por el tedio frente a lo que toca. Lo que de otro modo podría interpretarse como celebración del ciclo anual se convierte, en virtud de una caracterización estandarizada, en un determinismo que los títulos recalcan y ante el que no caben sino la resignación y un tibio remoloneo en los colores, en los frutos del trabajo, en los juegos que consuelan, en los bailes que, marcados por el calendario, seguramente endulzan el trago. El lenguaje de Llabrés Campins es universal y vibrante; su suave fatalismo, inteligente y genuino. Última Hora.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tal vez lo que quiera expresar al emplear siempre los mismos rasgos, sea plasmar un poco la rutina de esos trabajos que se repiten en cada estación.
Un saludo

azuldeblasto dijo...

Precioso artículo; aunque personalmente este tipo de pintura no me agrada conoce muchos adeptos.

Saludos.