
Su infatigable, minuciosa y prolífica labor supera el pop-art más trivial por dos motivos: una enriquecedora sensibilidad previa de raíz surrealista y una intención política omnipresente. Erró no parece asumir ningún estilo, sino que emplea los preexistentes como piezas de collage; se pone en el lugar del espectador y pretende sobrevivir al ensordecedor abuso contemporáneo de la imagen, que equivale al silencio. Tampoco inaugura ninguna línea de pensamiento complejo, pero sacude las conciencias mediante la superposición de discursos plásticos habitualmente desligados. Especialmente efectiva es su época maoísta, en que la retórica de la propaganda china, en virtud de su carga anticapitalista y de su procedencia exótica, viola –con serenidad y pulcritud extremas, sin embargo– los sagrarios de la cultura clásica occidental: la arquitectura veneciana (Mao en San Marcos, 1974) o el prerrafaelismo victoriano (Para Alma-Tadema, 1977-2000), por ejemplo. En otros casos, la permanente búsqueda de Erró se resuelve menos felizmente, en forma de exabrupto (L’officiant, 1965) o chiste (Maquillage, 1979), no mucho más allá del mero ingenio. Incómodo para el burgués, en todo caso. Última Hora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario