05 octubre 2015

La ambivalencia de la coerción

Rafael Munárriz. Flujo e impacto - Pelaires (Palma)

Sorprenden la madurez y la humildad con que Rafael Munárriz (Tudela, 1990) se enfrenta con ciertas cuestiones que nos afectan a todos los que vivimos en el entorno contemporáneo. Flujo e impacto reúne algunas de las últimas piezas e instalaciones expuestas por el joven autor, incluyendo y desarrollando, entre otros, el concepto que daba sentido a su obra Ejercicios de coerción: el dirigismo implícito en el tránsito urbano, que sirve de estructura ordenada y, al mismo tiempo, de restricción de la libertad individual. Munárriz no opta aparentemente ni por la rebelión ni por la aceptación; sencillamente explora, proyecta luz y abre líneas de reflexión sobre la realidad del hombre de la ciudad. El artista se inviste de la autoridad que habitualmente se reservan las instituciones para ordenar los flujos, establecer los obstáculos necesarios para reconducirlos y eludir posibles conflictos. La circularidad de sus laberintos y su adaptación al papel milimetrado, sin embargo, nos dejan el regusto de una obligatoriedad que a veces carece de sentido perceptible por parte de quienes los transitamos.

Los materiales utilizados (hierros corrugados, señalización, tuberías de cobre, guardarraíles, vigas, pasamanos) remiten implacablemente al contexto tecnológico y urbano que –lejos de arcádicas vanidades– conforma e impregna de manera fundamental nuestra realidad cotidiana. La ambivalencia con que Munárriz dota estos materiales nos sitúa de nuevo ante la naturaleza contradictoria de nuestra presencia en el mundo: los tubos del gas serpentean por una cuadrícula imaginaria (que remite de nuevo al laberinto y al circuito informático), salvando la distancia entre la entrada y la salida mediante la suma de numerosos desvíos, alejados de la línea recta que en teoría garantizaría una mayor rentabilidad o eficacia, pero que resultaría incompatible con su presencia efectiva en un contexto constructivo. El orden final resulta, así, de contradecir las leyes de la naturaleza y hasta de la lógica; pero es, parece decirnos el artista, el único que funciona. Vigas, pasamanos y aceros corrugados sufren también la torsión, son forzados a completar circuitos cerrados y repetitivos (Endless), obsesivos pero paradójicamente tranquilizadores, cercanos. Y, cuando perdemos la noción de orden, surge el accidente en forma de guardarraíl aplastado y retorcido, con toda la carga dramática que conlleva cualquier ruptura de sistema.

La reflexión sobre la necesidad del orden y, por tanto, de limitar la libertad individual emerge por sí sola de la contemplación de la inteligente obra de Munárriz, que parece querer mantenernos alertas tanto sobre los límites aceptables de la coerción como sobre los peligros de la ausencia de normas. El Mundo-El Día de Baleares.




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