En ocasiones recuerdo una conversación, allá a mediados de los noventa, con cierto notable poeta que denostaba la poesía figurativa entonces en boga, asimilando sus logros a los del epigrama. “Pero en el epigrama hay a veces gran ingenio”, protestaba yo. “Sí, pero el arte es algo más que mero ingenio”, me contestaba.
Sa Nostra y Caja San Fernando han hecho con La utopía cinética un espléndido trabajo documental, cuyo catálogo constituye un buen manual de historia del arte óptico-cinético. Para su realización ha sido indispensable la colaboración de la galería de Denise René, una mujer inseparable del desarrollo de esta corriente en el París del tercer cuarto del siglo XX. Esto explica también, no obstante, la ausencia de una sana dosis de distancia con respecto a lo descrito. La muestra ignora prácticamente la crítica del Op Art.
La ilusión óptica, el trampantojo, el juego de luz pueden formar parte de la obra de arte; pero limitar su potencia a estos mecanismos me parece harto empobrecedor. Nada justifica el empleo de un lenguaje pseudocientífico, malherido de confusión, frivolidad o impropiedad en el uso de conceptos como “energía”, “vibración”, “aceleración” o “sistema nervioso”. Oponer “percepción neuronal” a “percepción retiniana” como explicación del efecto buscado es, sobre inexacto, inocente, pero está en algunas de las bases teóricas del movimiento. El concepto de participación, referido a la necesidad de que el espectador evolucione en torno a la obra para experimentar la ilusión perceptiva, contra lo que pretendían sus formuladores, sólo sirve en este caso para destacar la limitación de la misma obra.
Estamos, pues, ante un arte conceptualmente débil y carente de complejidad formal; un arte que pone su acento en el momentáneo efecto sorpresa, un arte ombliguista, que no inquieta. Si habláramos de extrañamiento sería distinto, pero este arte no desautomatiza los mecanismos perceptivos del espectador para colocarlo, renovado, ante el mundo; al artista óptico o cinético sólo le interesa el momento de la percepción. Después, devuelve al espectador al mundo tal vez divertido, pero intacto. Pese a la mayor elaboración formal de individuos como Nicolas Schöffer o Jesús Soto, me temo que poco de lo expuesto superará con grandes honores la decantación de la historia. Última Hora. Luke.
Gregorio Vardanega, Progresión cromática (caja de luz, 1967)
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