Rafel Perelló. Tintes - Mediterrània
Cuando, a caballo de las décadas de los noventa y de 2000, Rafel Perelló (Manacor, 1963) pintaba y exponía sus Acumulacions, hacía algo muy distinto a lo que hoy expone en Mediterrània. Por entonces, la vinílica le servía para crear mundos abigarrados, compuestos por modelos reiterados casi hasta el desvanecimiento, en estructuras tremendamente coherentes en las que lo relevante, al fin y al cabo, era la sensación de conjunto, una sensación de infinita homogeneidad que podía hacernos sentir cualquier cosa menos cómodos. Perelló ganó el premio Ciutat de Palma de 2002 con una Acumulació urbana en la que el esquema reticular, la superposición de elementos repetidos perseguía implicar cada rincón del lienzo en la impresión que el artista pretendía transmitir al espectador. Si una obra de arte es siempre portadora de un mundo, los cuadros de Perelló, resultado de procesos de trabajo pacientes y laboriosísimos, contenían mundos más repletos que la mayoría –a veces hasta la asfixia.
Y, no obstante las evidentes diferencias técnicas, encontramos algún elemento común entre aquellas acumulaciones y las tintas de hoy, básicamente referidas a la actitud del pintor frente a ese mundo por crear. Lo que hoy nos entrega el manacorí son inmensos espacios naturales vacíos en los que un detalle (un árbol en la lejanía, una gaviota, una construcción humana) dan la medida de la inmensidad y de la alienidad que antaño se nos daba por medio de la yuxtaposición masiva de elementos. Hoy, Perelló ha bebido de fuentes orientales y el lenguaje de sus tintas se ha estilizado, se ha hecho más esencial y se ha vinculado a la figuración –pero fíjense: no tanto. Perelló deja hablar a la naturaleza representada con mucha concisión; de nuevo un proceso muy laborioso nos traslada un mundo intensamente significativo que, sin embargo, reduce los signos empleados a los estrictamente necesarios. La elocuencia aquí –como antaño– no estriba en la profusión de motivos, sino en una disposición inteligente y conmovedora de unos pocos. Las tintas de Perelló, emparentadas con el zen o la fotografía de Ueda, más próximas a la intensa discreción del haiku que a la oda torrencial en que consistían sus acumulaciones de antaño, conservan, sin embargo, la misma aspiración de trabajada plenitud que parece obsesionarle. Última Hora.
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