Con motivo de una retrospectiva celebrada en el mismo Casal Solleric en 1992 (Vint anys d’abstracció), y a propósito del concepto apollineriano de “combate fronterizo” como tarea y destino que definen al artista, Josep Melià concluía que Ramon Canet (Palma, 1950) “parece moverse ahí con una comodidad total”. Sin ánimo de contradecir al autor de un hermoso texto sobre Canet, lo niego con rotundidad y simpatía: Melià reconoce con esta frase la maestría evidentemente alcanzada por el pintor, pero la palabra “comodidad” resulta de alguna forma inapropiada para expresar la actitud de un artista que en cada pincelada confiesa el fecundo sufrimiento inherente al creador o a quien da vida. Si algo transmite la obra de un Canet ciertamente instalado en la frontera es esfuerzo investigador, concentración, conciencia, rigor.

La vinílica sobre el papel y la tela logra resultados densos y cumplidos; la ejecución brillante hace cuajar obras que producen en el espectador un fuerte impacto inmediato y, con más detenimiento, ecos infinitos en un inmenso espacio abierto a la reflexión. El laborioso Canet juega con gran ventaja con los planos visuales, que a veces se confunden en imágenes donde el contraste cromático es fuerte protagonista, pero otras se estructuran en una suerte de gradación de cuerpos y veladuras superpuestas que nos descubren el movimiento de la forma y su potencia sugeridora al margen de lo referencial. Última Hora.
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