Una línia subtil: Shoji Ueda - Fundació La Caixa
La sutileza como sinónimo de inteligencia sin alardes; la sutileza como marca de rigor en el análisis; la sutileza como delgadez extrema, como silencio fértil: cualquiera de los sentidos que apliquemos al adjetivo sutil le cuadra a la obra del fotógrafo japonés Shoji Ueda (1913-2000), quien a lo largo del siglo XX disfrutó el raro privilegio de poder trazarse una trayectoria personal e independiente de modas y condicionamientos económicos.
Se reúnen en la presente muestra algunas fotografías primerizas, en las que asistimos al aprendizaje de un artista que residió en una región relativamente aislada del mundo de la fotografía artística y entre las que, junto a retratos plenamente academicistas –y técnicamente correctísimos, como el Retrato de una mujer (1936)–, aparecen innovaciones en el ángulo (Cruce de Hibiya, 1932) y alguna de sus primeras obras maestras. En Viento de primavera (hacia 1937), por ejemplo, el ángulo casi a ras de tierra permite situar al personaje ahí donde el fotógrafo pretende presentarlo: en medio de una naturaleza que desborda el espacio con sus líneas en fuga y sus texturas ásperas. Esta imagen permite ya contemplar las líneas que inspirarán el trabajo de Ueda a lo largo del siglo: la desnudez de elementos, el coprotagonismo del espacio frente a los objetos (véase Niño y hombre mayor, hacia 1935), la manipulación de la perspectiva, el cuidado infinito en la composición y un interés fundamental por sugerir lo que sucede más allá del encuadre. Obra grande es también su bellísima Naturaleza muerta en la playa (1938), donde al doble sentido en el título se añade un empleo ejemplar de la profundidad de campo. La exposición cierra una época juvenil con un prodigio de composición, Cuatro niñas posando (1939), acertadamente galardonado en la época, que prefigura la fase de su trabajo que el crítico Iizawa Kotaro ha denominado Teatro de las dunas (1945-1951).
En esta serie, el fotógrafo aprovecha la luz especial de las dunas de Tottori para recontextuar sus personajes. La pertinencia de referirse al arte dramático queda patente en piezas como El papá, la mamá y los hijos (Mi familia) (1949), donde cada figura asume una actitud; porque la fotografía de Ueda es, en definitiva, un catálogo de actitudes. En Mi esposa en las dunas (III) (hacia 1950), el recurso de Ueda al espacio abierto, el juego de sombras como rediseño de una perspectiva fabricada a voluntad, la desnudez paisajística y la multiplicidad de los focos de atención de las figuras, todos fuera del encuadre pero ninguno coincidente con el objetivo, como ya sucedía en Cuatro niñas posando, consigue sugerir la percepción de un mundo autónomo y completo, a la vez que descarga de protagonismo a las figuras humanas, que pasan a ser meros elementos de la composición artística.
Ese esteticismo es claro en algunos de sus paisajes de los años cincuenta. El frecuente juego de reflejos en el agua (Superficie del agua en el estanque, premiada en 1954, o algunas piezas de la serie Lago, 1959), y los embarcaderos y las estacas que emergen de su propio reflejo (como en el magnífico Estacas en el lago, 1959) suponen un acercamiento a la vanguardia pictórica. La reproducción de paisajes nevados, en los que la repetición casi geométrica de escalinatas (Caminante en la nieve, 1957) o embarcaciones (serie Lago, 1959) componen un universo de gran pureza formal, llevó a Ueda, entre otros premios y reconocimientos, al MoMA de Nueva York con su Superficie de la nieve seleccionada por Edward Steichen. El retorno a las dunas en los ochenta y retratos como los de Sooji Yamakawa (1984), en el que una vez más las sombras sobre la arena actúan como catalizador de ideas, demuestran el apego del artista por cierto simbolismo suave, de concepto sencillo y realización muy cuidada.
El universo artístico de Shoji Ueda –que ha sido calificado con frecuencia de humanista–, en fin, se basa en una noción del hombre integrado en un mundo complejo, y la sencillez de sus ambientes contribuye paradójicamente a destacar esa concepción que, lejos de disminuir al ser humano, atiende a su verdadera dignidad social y natural. La guerra de 1939-1945 y la muerte de su esposa y colaboradora Norie en 1983 no hicieron sino jalonar de murmullos un camino que ya por sí huía de las estridencias. Estamos ante un panorama muy completo de un enorme artista, para el que el despojamiento era más atractivo –más significativo– que la abundancia. Última Hora.
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