No es frecuente que los habitantes de una ciudad puedan disfrutar en el mismo momento de una exposición de escultura de Rodin en la calle, incluido su celebérrimo Pensador, y de dos exposiciones de uno de los máximos creadores del siglo XX, Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924-2002). Hoy Palma es un curso de escultura universal.

No es casual que el donostiarra dedique sendas series a Parménides, Bach y san Juan de la Cruz, tres hombres que aspiraron a expresar un mundo completo ya por medio del raciocinio, ya a través de la creación, ya mediante el éxtasis místico. Si Parménides nos quiso persuadir de la unidad esencial del ser, nadie como Bach logró generar un universo completo y autónomo a través de la música y todas sus posibilidades (es frecuente escuchar que su música es un mundo, que Bach lo inventó todo), y en el poeta de Fontiveros encontramos de nuevo el anhelo de unión con lo trascendente, el intento de expresión de lo inefable. Eran integradores y no se conformaban con menos.
Así, también en Chillida encontramos lo múltiple en lo uno con la sencillez y la veracidad con que ambas caras de la naturaleza coexisten en su seno –y no hay nada más arduo. La magnífica coherencia de sus conjuntos nos deja siempre respirar a través de las rendijas de sus partes, a través de espacios en los que el aire es soberano: circula pero no marca fronteras entre las formas. A su vez, la perfecta delineación de las partes no nos impide percibir su papel en el conjunto.
El espacio es concebido en Chillida como materia del mundo: es espacio el aire, pero también la piedra. Lo exterior y lo interior discurren sin conflicto. La materia encuentra en sus piezas y conjuntos la ductilidad y el dinamismo necesarios para que piedra, metal, papel, tinta y aire aparezcan como elementos de una misma esencia. También en esto se pone de manifiesto que el artista no busca otra cosa que crear modelos de ser, entidades equiparables a las ya dadas por la naturaleza. El fluir de la inteligencia, en este sentido, parece una vertiente del flujo natural, y creo que no sólo la lucidez, sino también el esfuerzo que un creador ha de asumir para que su actitud como tal alcance semejantes cotas de integración es poco menos que sobrehumano. En esa tensión continua del pensamiento encontramos genios humildes e infrecuentes.

Árboles de acero se abrazan sin tocarse, espacios de papel y aire gravitan, alabastros emiten luces oceánicas, la tinta o la prensa marcan las veredas de lo exterior a lo interior y viceversa, estructuras arquitectónicas dialogan con la escultura, con el cielo y el viento en líricas estancias: la forma y el espíritu dialogan en perpetuo y fértil intercambio de virtudes, y el artista, provisto de una energía sin parangón hasta los días de su vejez, nos entrega hoy, una vez más, la oportunidad de replantearnos nuestra mirada sobre el mundo. Última Hora. Amb l'Art. Luke.