24 mayo 2007

El espejo de nuestros claroscuros

Velcha Vélchev. Entre llum i tenebres. Capilla de la Misericordia

Aun a riesgo de repetirnos, es inevitable volver sobre la obra de Velcha Vélchev (Dimitrovgrad, Serbia, 1959), cuya actual muestra en la Misericordia eleva notablemente el tono mantenido hasta la fecha por la sala de exposiciones del Consell de Mallorca. La progresiva deriva de este autor hacia la abstracción muestra una solidez de fundamentos que le garantiza un lugar destacado en la plástica mallorquina de los próximos años.


Si hace unas semanas escribíamos de lo temporal y de lo trascendente en la obra del yugoslavo a propósito del recurso a la escritura y en relación con la huella de lo orgánico, hoy nos presenta una densa reflexión sobre el mismo tema en el ámbito de lo metálico, de lo industrial, que es tan significativamente humano como la escritura –o lo es más.

Sus piezas de 50 x 50 y de 30 x 30 condensan en gestos casi esenciales lo que este autor tiene que decir al respecto. Los fragmentos escogidos arrancan un auténtico torbellino de sensaciones que nuevamente nos remiten al paso del tiempo y sus consecuencias. Encontramos objetos de aspecto inequívocamente fabril reducidos a la categoría de fragmento; los claveteados hormiguean sin aparente sentido y nos remiten a una función perdida; la alternancia de diversas geometrías, de un asombroso ritmo desde el punto de vista plástico, sugiere igualmente remotos engranajes o ensambladuras cuyo diseño y finalidad desconocemos, definitiva e irremediablemente. La abstracción de Vélchev se basa, así pues, en la fragmentación, en la liberación de los materiales empleados con respecto a sus ataduras referenciales, en la desfuncionalización (si se me permite esta expresión) de aquello que alguna vez cumplió una función práctica que ya ignoramos. Este recurso es básicamente el mismo que comentábamos semanas atrás en torno al uso de material escrito por el autor, que parece tener claras una retórica propia y una línea de pensamiento consistente.

El trabajo en pátinas remata la obra con una profunda e irracional inyección de nostalgia: un sentimiento que nos es tan primario como imprescindible y que en cierto manera nos permite asistir a su obra como asistimos al espectáculo de unas hermosas ruinas. Estamos acostumbrados a que Vélchev mantenga de una u otra forma diálogos con el espectador. Aquí, las planchas metálicas sobre las que se disponen los objetos ejercen de matizados expositores, con los que el autor pretende establecer un contexto adecuado para transmitir de tú a tú toda esa sugerencia de la que hablábamos; y es verdaderamente difícil sugerir tanto con tanta concisión.

Los grandes murales o puzzles de trapezoides de metal –hierro, estaño– nos vuelven a hablar de un ritmo que Vélchev nos regala con insultante destreza. Mediante la manipulación de la densidad y orientación de las arrugas en el estaño, el diverso grado de oxidación o corrosión del hierro y ciertas imponentes costuras, este pintor-escultor consigue enfrentarnos a un espejo roto que nos devuelve el reflejo de nuestra precariedad y nuestro desvalimiento: el rugoso claroscuro que en definitiva nos compone. Amb l'Art. Última Hora.

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